El apego durante la adolescencia


Estamos enfocados en la crianza con apego desde el minuto cero que nuestros hijos nacen, en cada roce, cada sonrisa y cada momento de paciencia. Cuando lloran procuramos atenderles, hacerles sentir seguros y amados y lo mismo sucede cuando se hacen daño o alguien les hace algo.
Y cuando pasan los años, cuando nuestros bebés se convierten de pronto, en un pestañear de ojos, en preadolescentes que comienzan a ser controlados por sus propias hormonas y sus propios sueños, en ese momento nos volvemos más estrictos que nunca porque tememos que esa rebeldía nos controle a todos. ¿Es un miedo real o es un error de enfoque?
En casa convivimos con una niña de tres años, en plena erupción del carácter y descubrir del mundo y un preadolescente que comienza a sentirse independiente y necesita más espacio. En muchas ocasiones nos encontramos con comentarios del tipo: «párale ahora que cuando sea más alto que tu hará lo que quiera».
Entonces recuerdo que ese niño una vez tuvo tres años, al igual que su hermana ahora, y que esa crianza respetuosa con él, con sus necesidades también era necesaria ahora. Tal vez más que nunca era necesario seguir siendo una madre que prefiera escucharle antes que darle órdenes y esperar que corra a cumplirlas sin rechistar ni cuestionar nada.

Queremos niños que sean libres y sueñen mientras aún podemos cogerlos en brazos, pero una vez que son mayores, preferimos que callen y obedezcan, es el fin de la crianza con apego?
Queremos niños que sean libres y sueñen mientras aún podemos cogerlos en brazos, pero una vez que son mayores, preferimos que callen y obedezcan, es el fin de la crianza con apego?
Cuando llegan a los 8 años comenzamos a notar cambios más importantes en su carácter, quieren más libertad y a la vez que les demos más responsabilidades, que confiemos en ellos, que creamos que son capaces de hacer cosas de mayores (al menos algo más mayores).
Depende su caracter puede comenzar por querer entrar al cole sin darnos la mano o que ya no le demos el beso de despedida delante de sus amigos. Son señales que comienzan una etapa donde quieren volar, quieren sentirse menos dependientes de sus padres y más cercanos a sus pares.
No podemos tomarnos esta etapa como una preguerra donde si no ganamos cada pequeña batalla estaremos condenando a nuestros hijos a un estado anárquico con un fatal desenlace.
Acompañarles en esta nueva etapa
En esta etapa que comienzan, de la que no son conscientes realmente de sus cambios, necesitan toda la paciencia que tuvimos cuando querían desayunar patatas o cenar un helado y nuestra negativa desencadenaba una hora entera de llantos y rabietas. El no era un hecho ante ciertas circunstancias pero sabíamos estar a su lado para que la frustración aprendieran a llevarla de la mejor manera posible y a expresas lo que querían.
Ahora, cuando su cuerpo cambia, las inseguridades pueden tener unos efectos devastadores en la personalidad, cuando descubren su sexualidad, necesitan más que nunca sentir que en casa hay un refugio de ese mundo al que salen e incluso de ellos mismos.
Cuando contesten mal, porque el carácter se les agrieta bastante, no optemos por comenzar a los gritos a exigir respeto. Tienen la edad suficiente para aceptar que la mejor manera de relacionarse es otra, aún son pequeños pero ya pueden entender que si convertimos el arreglar su habitación en una guerra, ¿qué nos quedará para cosas más graves?
Hablar con ellos mucho, escucharles, sentarse a jugar a sus juegos (aunque eso implique aprenderse los controles de la PlayStation), ser parte de su vida como cuando eran más pequeños.
Si queremos decirles algo y está con sus amigos, podemos llamarles a un costado y hablar con ellos con calma. ¿Están gritando o jugando de manera demasiado intensa? Llamarlo y explicarle que es necesario baja la voz para que puedan seguir jugando.
Las normas de la casa tienen que seguir estando vigente, tal vez es cuestión de saber cómo estar cerca de ellos mientras ellos intentan construir un muro enorme para diferenciarse de sus padres.
Un adolescente es más difícil de gestionar que un niño que aún tiene que, en el peor de los casos, aceptar lo que le decimos. Pero no deja de ser nuestro pequeño o pequeña que está creciendo y que si permitimos esos muros de vanidades y orgullos, cuando realmente les hagamos falta, no sabrán cómo encontrarnos.
Disfrutemos de verles crecer, de verles con prisa por superarnos en altura, de verles disfrutar con sus amigos sin necesitarnos para gestionar una discusión, disfrutemos este nuevo camino junto a ellos.
