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Se ha viralizado en las redes un texto de un padre abandonado con sus hijos tras un «hasta aquí llegué» de una madre extenuada, abandonada en el día a día en la crianza de los hijos en común, una madre invisibilizada que al ver que el padre de sus hijos mira la TV mientras el caos gobierna en casa, decide marcharse. Una madre que encima de aguantar el peso de la casa y los niños sola, tiene que escuchar a su pareja enfadarse si se le pide ayuda.

Digno de admirar

Hemos sido criadas de manera machista y no vemos algo tan básico y elemental: ¡la crianza es cosa de los dos, no un sacrificio de la madre! Que el hombre acabe la carta diciendo que cada día le dirá lo mucho que la admira y lo valiente que es en vez de decirle, a partir de ahora cambiaré, aprenderé a ser otro tipo de hombre, de padre y pareja, estaré allí para criar a nuestros hijos y cuidar contigo de nuestro hogar. ¡Pero no!, con recordarle a ella lo mucho que la ama y la admira se queda tan ancho y las mujeres lo compartimos masivamente, recordando lo sacrificios que hacemos a diario y agradecidas si nuestra pareja reflexiona tanto como para agradecernos el esfuerzo. ¡Indignante!

Cómo se viraliza algo así

Sin duda porque nuestra base social nos enseñó que mamá se sacrifica en casa (y si tiene que trabajar fuera, también en su trabajo) y papá bastante tiene con traer su sueldo. Porque no paramos de repetir de manera automática que si un hombre friega de tanto en tanto los platos, o alguna vez cocina, nos «ayuda en casa». Porque aplaudimos a un hombre que cambia pañales y sabe la talla de sus hijos pero juzgamos a una madre que quiere un rato de tiempo libre.

Una pareja cuando decide formar una familia es cosa de dos, pero dos en todo. Un hombre no ayuda en casa, hace su parte como lo hace la mujer. La crianza es cosa de dos, papá y mamá y uno no tiene menos responsabilidades por trabajar fuera.

Cómo se cambia esto

Educando a nuestros hijos e hijas y mostrándoles en casa otro tipo de funcionamiento familiar, donde papá y mamá trabajan codo a codo, donde mamá opina sobre lo que quiere y papá no necesita que se le pida, se le ruegue haciendo «puchero» que por favor se involucre un poco más en la crianza, como si fuera un favor o una concesión en su valioso tiempo de ocio.

Se cambia siendo compañeros en la crianza, un equipo donde uno apoya y ayuda al otro y viceversa, donde los hijos los disfrutamos los dos y los criamos los dos.

Enseñándole a nuestros hijos que todos ayudamos en casa, que nadie manda a nadie y que en el día a día tanto papá como mamá están ahí para educar y amar.

No aceptando estas cartas como demostraciones de amor y entendimiento, ¡no necesito que me admires, necesito que cambies! Que hagas una reflexión interior tan profunda y que te sirva para cambiar, para hacer el esfuerzo diariamente de cambiar. De no estar mirando la TV o el ordenador mientras en casa los niños lloran y el bebé necesita un cambio urgente de pañales. Que no esperes que la comida esté hecha, que puedas ser capaz de hacerla solo y sabiendo las necesidades nutricionales de nuestros hijos.

Las mujeres no nacimos sabiendo ser madres, muchos menos estas últimas generaciones que nos hemos dedicado a formarnos, a salir, a divertirnos y cuando fuimos madres muchas apenas sabíamos cocinar algo sano. Aprendimos, tuvimos que aprender.

En casa papá no necesita que se le diga nada, porque está ahí presente y atento, aprendió a cambiar pañales desde el minuto cero, aprendió a vestir a un bebé pequeño y luego inquieto, a cocinar con un bebé en una trona que no para de pedir cosas, a que pueden darnos las 11 de la noche y yo estoy dando teta y el doblando ropa y que a medianoche cuando nos acostamos, estamos los dos cansados pero felices de cuidar de nuestra familia. Pero para que un hombre sea así, detrás tiene que haber una madre y un padre que le criaran de esa manera (por suerte mis suegros lo han hecho bien) y para que las nuevas generaciones sean distintas, nos toca como madres cambiar el chip y no aceptar mensajes así porque lo único que hacemos es viralizar una actitud machista y condescendiente.

Cuando nosotras dejemos de victimizarnos y aceptar que con que de tanto en tanto nos «echen una mano en casa» debemos sentirnos bendecidas, ese día comenzaremos un cambio real en nuestra sociedad y ese cambio debemos forzarlo para que llegue.

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