Es exigente la crianza. Agotadora, en muchas ocasiones. Nada fácil de llevar adelante cuando el mundo que nos rodea y nosotras mismas nos ponemos zancadillas en forma de tareas interminables, metas desmedidas, maratones de limpieza, compra, cocina…
Ser padres y madres y sostener una familia tiene su aquello, no cabe duda.
¿Cómo explicar a quien no tiene hijas que, por citar algo, dormir se convierte en algo difuso que puede darse o no, o que puede ser a medias durante noches enteras?
Y, sin embargo, es un tiempo de nuestra vida que podemos vivir con la sensación de plenitud a flor de piel.
Son años en que podemos compaginar la actividad frenética con la alegría interior que da saberles ahí, junto a nosotras.
Por eso, esta nos parece una bella receta:
Agradece cada mirada profunda.
Cada abrazo.
Cada siesta compartida, o comenzada en común…
Agradece cada sonrisa feliz,
mientras algo pegajoso chorrea por su cara
y sus dedos aún no salieron del tarro que atrapó…
¡El tiempo de su niñez pasa tan pronto!
Que perdure su sabor por haberlo vivido intensamente, conscientemente. Y con apego.